Observando el proceso de mundialización, entendido como una nueva etapa de la humanidad y de la Tierra, en la cual culturas, tradiciones y los pueblos más diversos se encuentran por primera vez, tomamos conciencia de que podemos ser humanos de muchas maneras diferentes, y de que se puede encontrar la Última Realidad, la más íntima y profunda, siguiendo muchos caminos. Pensar que hay una única ventana por cual se puede vislumbrar el paisaje divino es la ilusión de los cristianos de Occidente. Es también su error. Hoy el papa actual vive repitiendo la sentencia medieval, superada por el Vaticano II, de que «fuera de la Iglesia no hay salvación».
Para él es la única religión verdadera y las otras son tan sólo brazos extendidos al cielo, pero sin la certeza de que Dios acoja esta súplica. Pensar así es tener poca fe e imaginar que Dios tiene el tamaño de nuestra cabeza. ¿Quién no ha encontrado personas profundamente religiosas de otras religiones, en las cuales se percibe claramente la presencia de Dios? No reconocer tal realidad es, en verdad, pecar contra el Espíritu Santo, que está siempre alimentando la dimensión espiritual a lo largo de los tiempos históricos.En mis muchos viajes, en los encuentros con culturas diferentes y con personas religiosas de todo tipo, me he dado cuenta de la necesidad que tenemos de aprender unos de otros y de la profunda capacidad de veneración de la cual dan convincente testimonio los más diferentes pueblos.
Hace algunos años di conferencias en muchas ciudades de Suecia sobre ecología y espiritualidad. En una ocasión me llevaron al polo norte donde viven los Samis (esquimales). No les gusta encontrar extranjeros, pero sabiendo que era un teólogo de la liberación quisieron conocer esta rareza. Vinieron tres líderes indígenas. El más viejo me preguntó enseguida: «¿Los indios de Brasil casan el cielo con la Tierra?» Yo entendí su intención y le respondí: «Por supuesto que casan Cielo y Tierra, pues de este matrimonio nacen todas las cosas». A lo que él, feliz, replicó: «entonces todavía son indios y no son como nuestros hermanos que ya no creen en el Cielo». Y de ahí se siguió un diálogo profundo sobre el sentido de unidad entre Dios, el hombre, la mujer, los animales, la tierra, el sol y la vida.
Viví una experiencia semejante en Guatemala en 2008 cuando participé en una bellísima celebración con sacerdotes mayas junto al lago Atitlán. Había también sacerdotisas. Todo se realizaba alrededor del fuego sagrado. Comenzaron invocando las energías de las montañas, de las aguas, de las selvas, del sol y de la madre Tierra.
Durante la ceremonia, una sacerdotisa se me acercó y me dijo: «Estás muy cansado y todavía tienes que trabajar bastante». Efectivamente, durante veinte días había recorrido en automóvil varios países participando en encuentros y dando muchas conferencias. Entonces ella con su pulgar hizo presión en mi pecho, a la altura del corazón, con tal fuerza que estuvo a punto de romper una costilla. Después de un rato, volvió a acercarse y dijo: «Tienes una rodilla fastidiada. Le pregunté: «¿Cómo lo sabes?» Respondió: «Lo sentí por la fuerza de la madre tierra».Efectivamente, al desembarcar en la playa me había hecho daño en la rodilla y se había hinchado. Me llevó junto al fuego sagrado y pasó la mano del fuego a la rodilla de treinta a cuarenta veces hasta que se deshinchó totalmente.Antes de terminar la celebración que duró casi tres horas, se me acercó nuevamente y dijo: «Todavía estás cansado». Nuevamente apretó fuertemente el pulgar contra mi pecho. Sentí un extraño ardor y de repente estaba relajado y tranquilo como nunca antes.Son sacerdotes-chamanes que entran en contacto con las energías del universo y ayudan las personas a bien vivir.
Cierta vez pregunté al Dalai Lama: «¿Cuál es la mejor religión?» Él con una sonrisa entre sabia y maliciosa respondió: «Es la que te hace mejor». Perplejo continué: «¿Y cuál es la que me hace mejor?» Y él: «la que te hace más compasivo, más humano y más abierto al Todo, ésa es la mejor». Sabia respuesta que guardo con reverencia hasta el día de hoy.
Dios no puede ser Dios si está "tan bajo de fondos" como para no crear infinitos caminos hacia Él. Si existiera un sólo árbol que se repite en toda la naturaleza, un sólo insecto, un mismo paradigma genético para toda la vida, sería válido, entonces, creer que existe una sola Iglesia que nos salve. Porque aún no hemos descubierto cuantos insectos desconocemos, cuantas posibilidades de rostros humanos, cuantos árboles distintos en la tierra y el universo..., entonces cada posibilidad de llegar a Dios en el AMOR es EL CAMINO, mientras podamos amar cuanto ha sido creado, cuanto ha sido perdonado, cuanto ha sido reconciliado en la vida, Dios, y no dios, no se cansa de crear nuevas posibilidades para reconocerlo y vivir agradeciendo su amor incondicional, aún a pesar de nosotros mismos, ya que es Él quien nos ha elegido para vivir en su jardín eterno, es ÉL quien "en todo AMAR y en todo PERDONAR", nos sigue llamando a su reino, a tiempo y a destiempo.
ResponderEliminar