27 jun 2010

Ani Choying Dolma: «Prepárate para lo peor y nunca te rindas»



Ani Choying Drolma, es de origen tibetano, monja budista y cantante de Katmandú en Nepal donde nació y ha pasado la mayor parte de su vida. Es amiga del Dalái lama y ha aprendido a transformar las experiencias negativas de su infancia en energía positiva

–Sonríe todo el rato. ¿Usted nunca se enfada?
–Mire, cuando empecé a conducir por Nepal, donde el tráfico es muy caótico, me enfadaba cada dos por tres. En cualquier momento se me cruzaba por delante un niño, un perro o una vaca, y eso me ponía de los nervios.

–¿Qué cambió?
–Me di cuenta de que el niño o el perro o la vaca seguían caminando como si nada y yo, en cambio, seguía con el enfado.

–Y como buena budista, observaba el enfado.
–Sí. Poco a poco fui observando cómo afectaba a mis funciones físicas y mentales. Me quedaba con el enfado mucho tiempo, y la persona que lo había provocado ni siquiera se había dado cuenta de mi estado alterado. Hasta que comprendí que era una estupidez tomárselo así. Hasta que comprendí la naturaleza de la conducción en Nepal. Debía aceptarla como tal.

–¿Y qué hace ahora?
–Si me encuentro con un imprevisto en el tráfico, lo observo e intento disfrutar con lo que me está pasando. Ese es para mí el secreto de la felicidad aplicado a la vida en general: comprender los procesos de nuestro interior, lo que sentimos ante lo que nos pasa. La felicidad es un hábito que se puede ir desarrollando.

–Entonces, ¿la vida es como el tráfico de Nepal?
–Sí. La vida es desorganizada. Se trata de cambiar la percepción, la forma como vemos las cosas.

–¿Y ya está?
–Y cultivar el amor hacia los otros. La felicidad está en la relación con los demás: respetar a los otros, sus diferencias, y comprender la naturaleza de los seres humanos. Cuanto más conoces a los demás, más te conoces a ti mismo.

Es usted una cantante famosa. Recibe muchos aplausos…
–Sí, pero no son para mi ego, sino para ayudar a los demás, a la gente de mi pueblo. Recaudo fondos para proyectos muy útiles.

–¿La voz es el espejo del alma?
–Sin duda. Incluso más que la cara.

Es amiga de Tina Turner y del Dalái lama. ¿En qué se parecen?
–Los dos hacen felices a la gente. El dalái lama, con su amor y compasión, y Tina Turner, con su música y su gran energía.

–¿Qué es lo más importante que ha aprendido del Dalái lama?
–Me dijo: «Esfuérzate por conseguir lo mejor, pero prepárate para lo peor y, sobre todo, nunca te rindas».

–¿Lo tiene en cuenta?
–Es la frase que más me ha ayudado en la vida. Intento luchar siempre.

–¿Con qué armas?
–Con el amor y la compasión.

Dígame una imagen que también le sirva de ayuda.
–Me la mostró un maestro budista cuando no sabía cómo gestionar los malos recuerdos de mi padre.

–Cuando era pequeña, su padre le pegaba «como si fuese un perro».
–Exacto. Mi maestro me dijo que, aunque me hubiese pegado, haría bien en recordar que él me trajo a la vida junto con mi madre, y que me cuidó. Hizo cosas buenas y malas. Y me mostró la imagen del loto.

–¿Por qué?
–El loto nace en el fango, pero su flor permanece siempre blanca y limpia. Nuestro desafío es ser esa flor, pese a los problemas que nos rodean.

–¿Con qué recuerdos se queda de su padre?
–Es la persona más importante de mi vida, junto con mi maestro. Le doy las gracias porque, si no hubiese sido por él, por las experiencias desagradables que me hizo vivir, pegándome, hiriéndome física y moralmente, no me hubiese hecho monja y no me habría transformado.

–¿Transformado en qué?
–No habría transformado esas experiencias negativas en una energía positiva, que me ha llevado muy lejos. No tendría la fortaleza que tengo ahora. Pero no deseo que otras niñas pasen por lo que yo pasé.

Tiene un corazón muy grande.
–A veces me cuesta. En mi sociedad, que es muy conservadora, la gente espera de mí que sea una típica monja, y nada más. Me quieren encasillar, meterme en un marco pequeño. Pero yo quiero un marco más amplio, aunque no encaje en la idea que otros tienen sobre lo que debería ser una monja budista.

Sobre su corazón…
–Se trata de hacerlo cada día más grande y más espacioso, para acoger a esa gente y a otra. Si tienes un corazón pequeño, vives congestionado, apretado, frustrado... Hay personas que tienen el corazón tan pequeño que no caben en él ni siquiera ellas mismas. Y cuando estás sofocado, frustras a todos los de tu entorno. Si estás feliz y en paz, con una sonrisa, eso se contagia a tu entorno.

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