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Desmedidos honorarios, poca empatía, y tratamientos que mantienen pero no curan, sugieren que actualmente el ejercicio de la medicina es más un hábil modelo de negocio que un oficio comprometido.
Acumular diagnósticos imprecisos y tratamientos poco eficientes, proceso durante el cual habremos desembolsado cantidades considerables de dinero, es una experiencia familiar para muchos de nosotros. Médicos poco empáticos cuyos métodos solo resultan infalibles al momento de cobrar, procedimientos burocráticos, personal engreído, son solo algunos de los nefastos ingredientes que complementan un escenario que miles de pacientes alrededor del mundo hemos tenido que padecer.
Ignoro en que momento la pasión y el compromiso que originalmente caracterizaron a este venerable oficio, cedieron la prioridad al estatus social y la acumulación de riqueza. Pero parece, al menos en mi experiencia y en la de otros con los que he conversado, que cada vez son más escasos los médicos que anteponen su compromiso con la salud del prójimo, por encima de la recompensa económica o social que su trabajo les puede representar.
Evidentemente no se trata de demeritar la labor de aquellos que avocan su vida a la medicina (la cual, quizá poéticamente, podríamos definir como el arte de sanar al otro). Y creo que cualquier doctor que cumpla dedicadamente su función debiese no tener que preocuparse por “amenazas mundanas” (llámese techo, alimento, vestido, y todo lo necesario para llevar una vida económicamente cómoda). Pero también, tal vez ingenuamente, creo que la medicina es un oficio íntimamente ligado al servicio, al compromiso genuino, y no una profesión que, como muchas otras, se auto-concibe como un conducto explícito hacia la remuneración.
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La gravedad de este fenómeno se intensifica si consideramos que la salud pública se ha convertido, durante la última década, en una de las mayores amenazas para las economías nacionales. Por ejemplo en Estados Unidos, , sentenció que los excesivos honorarios que los médicos cobran son el principal detonante de la crisis de salud pública que actualmente enfrenta este país.
Pero más allá de romanticismos, este problema de ética se desdobla en múltiples aspectos prácticos –y es que en cuanto la enfermedad se traduce en un multimillonario negocio, el entorno se convierte en suelo fértil para que florezcan lamentables agendas. Por un lado está probado que las grandes farmacéuticas destinan anualmente enormes sumas de dinero para cabildear, convencer, o incluso sobornar a médicos, para que promuevan y receten sus medicamentos.
También se ha denunciado que el actual sistema de salud favorece procedimientos y hábitos poco eficientes, que parecen explícitamente diseñados para engrosar los volúmenes de facturación, sin representar beneficio alguno para el cumplimiento de su deber: transformar la enfermedad en salud. En este sentido el Dr Donald M. Berwick, quien dirige los programas de salud, Medicare y Medicaid, del gobierno de Obama, advirtió a finales del año pasado que entre el 20 y el 30% del dinero que circula en el sistema de salud estadounidense se diluye en procesos que no benefician a los pacientes. En pocas palabras se destina al tratamiento excesivo e irrelevante en la recuperación de los enfermos –como si fuesen flujos que circulan solo para favorecer la práctica médica como un jugoso negocio para los involucrados (doctores, farmacéuticas, hospitales, etc).
En este mismo sentido tenemos innumerables diagnósticos erróneos, los cuales a pesar de que no representan rutas para recuperar la salud, en cambio si se traducen en tangibles ganancias para los médicos y para las farmacéuticas, ya que casi siempre implican adquirir y degustar medicamentos supuestamente diseñados para curar.
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Por si no fuese suficiente, y en sintonía con lo anterior, tenemos el escabroso mercado de las medicinas, que en muchos casos parecen destinadas a ‘mantener’ y no a resolver –recordemos que si todos gozáramos de salud, por cierto el estado original de nuestro organismo, entonces desaparecería un mercado que en 2008 reportó ventas por más de 500,000 millones de dólares (y esto solo es lo que sumaron las grandes compañías, aquellas que exceden los 3,000 mdd de facturación anual).    
“Muchas de las grandes farmacéuticas han cerrado sus investigaciones sobre antibióticos porque curan a la gente, y lo que estas empresas quieren es un fármaco que haya que tomar toda la vida. Puedo sonar cínico, pero las farmacéuticas no quieren que la gente se cure”, denunció hace un par de años Thomas Steitz, quien obtuvo el Premio Nobel de Química en 2009
Es fácil entender por que este proceso de comercialización de la salud, refiriéndonos en particular a la medicina alópata, ha coincidido con la popularización de técnicas de medicina ‘alternativa’ –por cierto, una etiqueta curiosa si consideramos que muchas de ellas, por ejemplo la acupuntura, se establecieron miles de años antes que la alopatía. Y si bien varias de estas técnicas se prestan a la charlatanería, a la propia comercialización, o son practicadas con buena intención pero poco conocimiento, lo cierto es que al menos, en promedio, promueven un enfoque más humano y menos mercantil en la relación entre doctor y paciente.   
Para cerrar este artículo quiero aclarara que, obviamente, no todos los médicos responden a la avaricia como motor profesional,  pero parece claro que el sistema de salud, como modelo rector, está sincronizado más con un hábil modelo de negocio, que con un oficio ético.      Finalmente me gustaría referirme al famoso, aunque cada vez menos ejercido, Juramento Hipocrático (en la versión traducida durante la Convención de Ginebra, en 1945). Algo así como un manifiesto ético que todo practicante de medicina debe aceptar al comenzar su carrera y honrar a lo largo de su vida profesional:
“En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad. Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que son acreedores. Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones. Respetaré el secreto de quien haya confiado en mí. Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis hermanos. No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase. Tendré absoluto respeto por la vida humana. Aún bajo amenazas, no admitiré utilizar mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad. Hago estas promesas solemnemente, libremente, por mi honor.”

http://pijamasurf.com/2013/05/es-la-avaricia-el-nuevo-credo-de-la-medicina/