Hay dos maneras de difundir la luz, ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja". Lin Yutang
23 abr 2009
La solucion: reciclar lo mismo? No
Cuando participé en el Foro Económico Mundial para América Latina, el 15 de abril, en Rio de Janeiro, pregunté: ante la actual crisis financiera, ¿se trata de salvar al capitalismo o a toda la humanidad? La respuesta es aparentemente obvia. ¿Por qué entonces el adverbio de modo? Por una sencilla razón: no son pocos los que creen que fuera del capitalismo la humanidad no tiene futuro. ¿Pero acaso tuvo pasado?
En cerca de 200 años de predominio del capitalismo el balance es excelente si consideramos la calidad de vida del 20% de la población mundial que vive en los países ricos del hemisferio norte. ¿Y el restante 80%? Excelente también para bancos y grandes empresas. Sin embargo, ¿cómo explicar, a la luz de los principios éticos y humanitarios más elementales, estos datos de la ONU y de la FAO: de seis mil quinientos millones de personas que habitan hoy el planeta, casi cuatro mil millones viven por debajo de la línea de pobreza, de los cuales mil trescientos millones por debajo de la línea de la miseria. Y 950 millones sufren desnutrición crónica.
Si queremos sacar algún provecho de la actual crisis financiera debemos pensar en cómo cambiar el rumbo de la historia y no sólo cómo salvar empresas, bancos y países insolventes. Debemos ir a la raíz de los problemas y avanzar lo más rápidamente posible en la construcción de una sociedad basada en la satisfacción de las necesidades sociales, de respeto a los derechos de la naturaleza y de participación popular en un contexto de libertades políticas.
El desafío consiste en construir un nuevo modelo económico y social que ponga las finanzas al servicio de un nuevo sistema democrático, fundado en la satisfacción de todos los derechos humanos: el trabajo decente, la soberanía alimentaria, el respeto al medio ambiente, la diversidad cultural, la economía social y solidaria y un nuevo concepto de riqueza.
La actual crisis financiera es sistémica, de civilización, y exige nuevos paradigmas. Si el período medieval tuvo como paradigma la fe y el período moderno la razón, el posmoderno no puede cometer la equivocación de erigir el mercado en paradigma. Estamos todos en medio de una crisis que no es solamente financiera, sino también alimentaria, ambiental, energética, migratoria, social y política. Se trata de una crisis profunda, que pone en jaque la forma de producir, comerciar y consumir. El modo de ser humano. Una crisis de valores.
Desacelerado el marasmo financiero, es inútil que los gobiernos traten de convertir el dinero del contribuyente en tabla de salvación de conglomerados privados insolventes. La crisis exige que se encuentre una salida capaz de superar el sistema económico que agrava la desigualdad social, favorece la xenofobia y el racismo, criminaliza los movimientos sociales y genera violencia. Sistema que se empeña en priorizar la apropiación privada de los beneficios por encima de los derechos humanos universales, la propiedad privada por encima del bien común, e insiste en reducir a las personas a la condición de consumidores y no en promoverlas a la dignidad de ciudadanos.
Hay que transformar la ONU, reformada y democratizada, en un foro idóneo para articular las respuestas y soluciones a la crisis actual. Urge implementar mecanismos internacionales de control del movimiento de capitales, de regular el libre comercio, de poner fin a la supremacía del dólar y a los paraísos fiscales, y asegurar la estabilidad financiera a nivel mundial.
No encontraremos salida si no nos damos cuenta de que nuevos valores deben ser rigurosamente asumidos, como volver moralmente inaceptable la pobreza absoluta, en especial bajo la forma de hambre y desnutrición. Es necesario construir una cultura política de compartir los bienes de la Tierra y de los frutos del trabajo humano, y pasar de la globocolonización a la globalización de la solidaridad.
Las Metas del Milenio, y en especial los siete objetivos básicos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, de 1995, deben servir de base a un pacto para una nueva civilización: 1) Escolaridad primaria universal. 2) Reducción inmediata del analfabetismo de adultos en un 50%. 3) Atención primaria de salud para todos. 4) Eliminación de la desnutrición grave y reducción de la moderada en un 50%. 5) Servicios de planificación familiar. 6) Agua potable al alcance de todos. 7) Créditos a bajo interés para empresas sociales.
La experiencia histórica demuestra que el hacer efectivas esas metas exige transformaciones estructurales profundas en el modelo de sociedad que predomina hoy, de modo que se puedan reducir significativamente las profundas asimetrías entre naciones y las desigualdades entre personas.
Frei Betto es autor, junto con Luis Fernando Veríssimo y otros, de "El desafío ético", entre otros libros.
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