Cuando me fui de mi casa, niño aún, mi madre me acompañó a la estación, y cuando subí al tren me dijo: Este es el segundo y último regalo que puedo hacerte, el primero fue darte la vida, el segundo la libertad para vivirla.
La oración predilecta de mi madre decía:
Señor, te pido perdón por mis pecados,
ante todo por haber peregrinado a tus muchos santuarios,
olvidando que estás presente en todas partes.
En segundo lugar, te pido perdón por haber implorado tantas veces tu ayuda, olvidando que mi bienestar te preocupa más a ti que a mi.
Y por último te pido perdón por estar aquí pidiéndote que me perdones, cuando mi corazón sabe que mis pecados son perdonados antes que los cometa,
¡tanta es tu misericordia amado SEÑOR
Facundo Cabral
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