Nuestro cerebro tiene la tendencia innata a dejarse llevar por
insinuaciones a usar o preferir algo. Es lo que en inglés llaman priming:
estimular la memoria inconsciente para que una persona piense o elija de
determinada manera.
Para
lograrlo existen muchos recursos. Uno de los más efectivos el efecto de la
ilusión de verdad, que consiste en la repetición constante de un mensaje: no
importa si es verdadero o falso, por el hecho de sentirlo familiar y “haberlo
escuchado antes” la mente tiende a considerarlo como cierto. Este es el poder
de los slogans electorales y el argumento detrás de la estrategia de Goebbles
durante los años del nazismo. Repite una mentira lo suficiente como para que el
pueblo lo acepte como una verdad.
Otra
de las características de la psique humana es su percepción selectiva. De esta
manera se retroalimenta con argumentos que le resultan coherentes a sus juicios
y toma con pinzas todo aquello que le resulta contradictorio. En esta
“construcción de la realidad” la mente termina montándose la película que sus
creencias le proyectan. Y cuando el fenómeno se contagia en una comunidad el
asunto adquiere dimensiones espectaculares: el criterio individual se sintoniza
con el grupo. O si nos entendemos como mamíferos que somos, con la manada.
¿Existe
alguna defensa ante estos lavados? Por supuesto que si, comenzando por una
conciencia despierta. Claro que el verbo despertar le resulta muy apetecible a
los mismos intereses que buscan manipular el criterio (sean políticos, gurús o
mesías de turno) pero en el fondo se trata de hacer un ejercicio simple y
poderoso: ver la realidad tal cual es.
Ahí es donde cabe la pregunta ¿Las cosas
son realmente como me dicen que son? ¿Cómo las experimento en el momento
presente? ¿Hasta dónde me arrastran las emociones y a dónde me lleva la razón?
No hay comentarios:
Publicar un comentario