26 nov 2011

Padre César Fernández, sacerdote y creador de la oenegé Phytosalus


Tengo 76 años. Soy riojano y burkinés. He vivido media vida en Burkina Faso, ahora paso cuatro meses al año en África. Soy naturópata. Yo lo que quiero es que la gente sea feliz, hay que poner en valor los recursos de cada uno. Amo a Dios en mi prójimo y eso me hace feliz.

Su mente abierta, su afición a la botánica y sus estudios de Biología le permitieron recoger con humildad la sabiduría tradicional de los curanderos africanos y recibir las mayores distinciones en Burkina Faso. Tiene siete libros publicados sobre etnomedicina africana, más de tres mil recetas y cuatrocientas plantas catalogadas. Sigue viajando por África y tratando a personas que no se pueden permitir la sanidad privada, pero diagnósticos y remedios son requeridos por pacientes en España y EE.UU. A través de su oenegé Phytosalus cultiva plantas, produce remedios y forma discípulos. Mañana da una conferencia en la IV Fira d'Alimentació i Salut; organizan Slow Food Terres de Lleida y la Dolça Revolució


¿Dónde empieza?

Llegué a Burkina Faso a los 27 años con los padres blancos para impartir clases de ciencias naturales en un seminario donde tenía alumnos de 12 a 20 años que venían de todo el país..., ¡y cómo venían!

¿Cómo?
Llenos de parásitos y muy debilitados, así que me compré todos los libros de parásitos que existen y un microscopio.

¿Y?
¿Qué mejor lección de ciencias biológicas que identificar los propios parásitos y combatirlos?... Creé un gran jardín botánico con todas las plantas medicinales de la zona. Cuando venían los familiares de los alumnos me iban explicando: "Esta planta cura la otitis, esta las diarreas...".

Tomó nota de las recetas.
Sí, allí hay enfermedades para las que la medicina occidental no es efectiva, como el paludismo, parásitos, hepatitis..., pero sí lo son las plantas medicinales.

¿Y se lanzó a la búsqueda de recetas?
Los fines de semana cogía mi moto y me iba por los pueblos a recabar información. Así entablé amistad con chamanes y curanderos, conocí a unos doscientos. Intercambiábamos conocimiento.

¿Qué les daba usted?
Les enseñaba radiestesia para saber qué tratamientos eran adecuados para cada enfermedad.

¿Cómo la aprendió?
La radiestesia es un don que muchas personas tienen sin saberlo. Un sacerdote suizo, naturópata y radiestesista, pasó por el seminario y me dijo que yo tenía ese don, así que estudié y practiqué, pero me daba miedo que me tomaran por hechicero.

Bueno, es bastante mágica la radioestesia, ¿no le parece?
Nuestra mente es potentísima, ha sido creada a la imagen de Dios, pero no la explotamos. Si médicos y farmacéuticos dominasen la radiestesia, serían mucho más eficaces.

Para los curanderos debía de ser usted otro chamán.
Me aceptaron muy bien, colaboramos mucho juntos y me dieron 3.000 recetas, pero no quería saber nada más allá de las plantas. Un chamán me dijo en una ocasión: "Trabajo con el péndulo, pero por la noche me reúno con kinkirsis (duendes); si quieres, puedes venir conmigo".

¿Fue?
No. Si mis superiores se enteraran de que he pasado la noche con un chamán hablando con duendes, se pondrían muy nerviosos. Pero yo creo que existen otras maneras de relacionarse y que hay otros mundos paralelos con los que en África te topas.

Interesante...
Frecuentaba a una chamana que vivió más de cien años. Cuando la iba a visitar para que me diera remedios de plantas medicinales, invocaba a los espíritus; así obtenía los tratamientos. Y me dio más de cien mezclas de plantas que funcionan. Son muchos años de práctica los que llevo como para negarlo.

Acaban expulsándole, claro.
Llegó un momento en que no sólo trataba a los alumnos, también a sus familiares: si uno tenía hepatitis, la tenía su madre y sus hermanos; y la medicina oficial, además de ser de pago, decía que no había tratamientos para hepatitis agudas, pero yo las trataba.

Anatema.
Tras 24 años, el cardenal de Burkina Faso me expulsó, pero antes de irme dejé en marcha una cooperativa de producción de tratamientos medicinales. Vine a España y estudié naturopatía.

Usted erre que erre.
En 1983 subió al poder Thomas Sankara, un revolucionario que quiso recuperar los conocimientos tradicionales y me mandó llamar para que continuara con mi trabajo.

¿Qué le dijo el cardenal?
Qué no podía atender enfermos, utilizar la radiestesia, ni las planas medicinales. Así que me dediqué a escribir mi vademécum sobre los remedios y cómo aplicarlos para no ser necesario. Me mandaron a 70 kilómetros de la capital, pero aun así la gente venía a visitarse..., ¿y qué podía decirles?

¿Que se fueran?
Sí, pero no se iban. Así que decidí atenderlos y si me expulsaban de nuevo, ¡pues bendito sea! Además, en aquellos momentos empezaba el sida y yo podía tratarlo.

¿El sida?
Las diversas deficiencias que provoca.

De acuerdo.
Estuve casi tres años atendiendo a la gente y cuando asesinaron a Sankara el cardenal me volvió a expulsar. Volví a España, donde también trataba a gente, y los padres blancos me prohibieron seguir con eso.

Abandonó la orden.
Mi carrera había sido tan armoniosa que sólo podía venir de Dios. Sigo siendo sacerdote y viajando cada año a África. En 1999 nos declararon oenegé para las medicinas alternativas, producimos 200 tratamientos y tratamos a gente de toda África occidental.

¿Alguna reflexión?
Que hay que dejarse llevar por la intuición. Creo que nada ocurre por casualidad, que lo que llamamos azar o coincidencia es la manera de actuar de Dios cuando quiere pasar desapercibido. Yo soy dócil, simplemente me he dejado llevar por lo que estaba determinado para mí.


FUENTE: La Vanguardia - La Contra

1 comentario:

jose dijo...

HOLA! SINCERAMENTE ¡COMO ENVIDIO SANAMENTE LA VIDA DE ESTE MARAVILLOSO SER!, SE QUE LOS HAY MUCHOS MÁS, MUCHÍSIMOS MÁS QUE NO CONOCEMOS PERO ME ALEGRA TENER CONOCIMIENTO DE ESTE.
SALUDOS JOSÉ MARÍA

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