11 feb 2016

Paul Tillich: El primer deber del amor es escuchar.





El hecho de escuchar atentamente a un ser humano que expresa lo que siente es un acto de amor por excelencia. Cuando una persona comparte con nosotros su intimidad emocional mientras somos conscientes del respeto que nos merecen sus palabras, estamos amando con mayúsculas.

Cuando observamos que quien se comunica está descubriendo al sí mismo y evitamos aconsejar o corregir, porque simplemente escuchamos sin necesitad de opinar, ¿nos percatamos de que eso es amor?


Escuchar sin dar respuestas ni consejos no solicitados es un acto de respeto e inteligencia. En general, el yo superficial tiende a sentirse obligado a contestar y decir que él también “patatín y patatán” cuando, en realidad y a menudo, lo que nuestro interlocutor busca es un espacio de atención. Un espacio para descubrir aspectos de su Ser que, gracias a la corriente de sinergia mutua, se remueven y afloran. En muchas ocasiones, lo que pretendemos al llamar a un amigo y contarle nuestras pequeñas cosas es metabolizar nuestras emociones, es decir, proceder a compartirlas para ordenar nuestro escenario interno y darnos cuenta del aprendizaje que éstas conllevan. En realidad, al compartir hacemos lo mismo que los cuerpos cuando metabolizan el alimento que los sustenta.


Sentir interés por la intimidad que alguien nos regala, no sólo depende de las cualidades que adornan al que nos habla, sino de nuestra propia competencia emocional para colocarnos en la actitud adecuada. Escuchar es expresar la capacidad de acompañar lo que, en ese momento, sucede dentro de la otra persona, sin suposiciones ni registros previos que modifiquen el interés de la charla. En realidad, todo lo que el otro comparte acerca de sí mismo, también permite al que escucha, el descubrir y resonar sus propias áreas internas. A menudo, las ideas sensibles del que se expresa son una estupenda ocasión para reflejar los pliegues de nuestra alma.


Cuando uno pregunta a otra persona sobre el significado de sus inquietudes y sombras, desencadena un viaje al espacio interno. Es por ello que si llega una pregunta nacida desde ese amigo que mira a los ojos y llama a las puertas de las moradas internas, llega algo más que un curioso, llega un puente a valores y facetas que nada tiene que ver con el prosaico mundo de las monedas.


Para desarrollar avenidas hacia el alma, conviene crear espacios de comunicación plena. Y, si uno aprende a escuchar, disciplinando su necesidad de intervención durante las pausas de silencio de su interlocutor, sucederá que la conversación acometerá honduras más sinceras. Con una práctica así, nuestra vida tendrá más sentido y conoceremos la diferencia entre los hombres y las máquinas.


Si usted quiere crear un espacio de salud emocional para alguien que afirma tener herida el alma, pregunte y pregunte acerca de la herida, mientras observa por dentro y por fuera. Escuchar desde el Testigo Ecuánime no es precisamente una conducta pasiva, sino algo que demanda entrega y atención despierta. Todos sabemos que la escucha atenta requiere más energía que el soltar y vaciar en el otro las cosas que nos importan. El que escucha, además de dedicar atención a su interlocutor, no cesa de observar sus propias emociones y evitar contaminar el proceso del que habla.


Pregunte a su amigo al llegar a casa, ¿qué has aprendido y descubierto durante la jornada?, ¿te has emocionado en algún momento?. Tras descubrirse uno mismo en las palabras ajenas, ¿qué menos que dar las gracias por viajar junto al otro hacia las áreas recónditas del alma?

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