28 ene 2010

Mejor con menos. Joaquim Sempere, filósofo y sociólogo

'Somos adictos al consumo. Cuando la gente descubra que se puede vivir mejor con menos, el paso adelante se consolidará. Vamos hacia una catástrofe ecológica que perjudicará sobre todo a los más pobres'. Son palabras del filósofo y sociólogo, Joaquím Sempere.
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Lo dice alto y claro, “el futuro de la humanidad es difícil si no bajamos el consumo, y no sólo el de energía”, es preciso un cambio de conciencia. Sempere, profesor de Sociologia Medioambiental en la Universidad de Barcelona, nos explica porqué.-No se consume, se despilfarra.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?-
La innovación técnica ha hecho posible producir mucho con poco trabajo, pero lo posible se ha hecho real por impulso del capitalismo, que no puede existir sin crecer incesantemente. Además, se ha contado con enormes recursos energéticos fósiles, a flor de suelo y listos para ser quemados. Los empresarios necesitan vender y buscan que se compre sin cesar.-

¿Quién nos ha educado de esta manera?-
Los empresarios, los economistas, los gobiernos, que se han creído que más y más es siempre mejor. Los publicitarios contribuyen. Y el infantilismo de mucha gente, que cae en la trampa de los oropeles del mundo de los objetos.-

Hablar de consumo responsable, consciente, suele entenderse como una especie de renuncia al Estado de bienestar. ¿Son compatibles? ¿Qué le diría a quienes piensan así?-
Cuidado: no confundamos “bienestar”, que se suele confundir con “abundancia, opulencia, plétora de bienes”, con Estado del bienestar. Tendremos que renunciar a la actual plétora de bienes de que disponen –disponemos— los ricos del mundo porque la biosfera no da para tanto, y menos si más y más consumidores se añaden al festín, como está ocurriendo en la China y muchas partes. Pero con un consumo menor puede ser que nuestro bienestar no disminuya: incluso puede aumentar, pues a veces pagamos la plétora de bienes con estrés, con falta de tiempo para dedicar a los seres queridos o a actividades placenteras, etc.
Hay que romper la ecuación “bienestar = plétora de bienes”. En cambio, el llamado Estado del bienestar es otra cosa.

-¿Cómo deberíamos entenderlo entonces?-
Como un sistema redistributivo público que hace posible que toda la población de un país tenga acceso a la educación, la cultura, la sanidad y a la protección mediante subsidios frente a eventualidades varias (enfermedad, discapacidad, orfandad, vejez, paro, etc.). Así se satisfacen necesidades básicas de todos con una redistribución solidaria, y esto es un factor de seguridad de valor humano incalculable. Hay que defender esta conquista con uñas y dientes, y mejorar sus prestaciones siempre que sea posible, pues proporciona lo que podríamos llamar “confort vital”, base necesaria para el auténtico bienestar. Se puede prescindir fácilmente del viaje anual en avión a una playa tropical. Pero no deberíamos renunciar a los medios para hacer frente a la angustia de estar enfermo y saber que no tienes acceso a prestaciones sanitarias que existen pero no puedes pagarlas. ¿O queremos vivir con la inseguridad en materia de salud que se vive en países africanos… o en los Estados Unidos, donde sólo el 60% de la población puede ir al hospital?

-¿Cómo conjugaría desarrollo sostenible con progreso económico?
-Hay que redefinir muchas palabras. Habrá que empezar a decir que no hay “progreso” si no es ecológicamente sostenible. Combatir una nueva plaga agrícola con un nuevo tóxico que envenena el medio natural, en lugar de investigar para lograr un arma biológica no peligrosa para el mismo fin, a estas alturas ya no se puede calificar de “progreso económico” ni “técnico”. Es una medida zafia, una solución fácil de ignorantes que no quieren enterarse de que no se puede resolver un problema generando otro peor. Esto se ha estado haciendo durante decenios porque no se sabían los “daños colaterales” de cierto progreso. Y seguramente gracias a esta ignorancia hemos hecho avances positivos, no lo niego. En la vida el riesgo es inevitable. Pero cuando ya sabemos todo lo que hoy sabemos, no podemos seguir cometiendo los mismos errores. Para ceñirme más a la pregunta, yo descarto que sea bueno un “desarrollo sostenible” si por desarrollo entendemos crecimiento, como se suele entender. Hablemos, mejor, de “economía sostenible”.

-Y respecto al progreso...
-¿Qué entendemos hoy por “progreso económico”? Para decirlo brevemente, para mí progreso económico sería ir a una sociedad donde se puedan satisfacer las necesidades básicas de todos (alimentación, agua, vivienda, ropa, salud, escuela, seguridad económica, medio ambiente saludable y oportunidades culturales) con pocos recursos naturales, sin degradar el medio ambiente, repartiendo el trabajo entre todos para disponer todos de más tiempo libre y para que nadie que quiera integrarse y trabajar se quede en la cuneta, en el paro y marginado. Es probable que eso se consiga mejor si reducimos algunos de nuestros consumos superfluos. A eso hay quien lo llama “decrecimiento”.

-¿Cree -como señalan algunos expertos- que nos acercamos a un mundo 20/80:. Es decir, un 20% de población trabaja y tiene acceso a comodidades y un 80% vivirá en la pobreza?
-La tendencia es esta. Espero que se reaccionará a tiempo para impedirlo. Un extraordinario factor de malestar son las grandes desigualdades. No me gustaría vivir en un mundo con barrios acomodados amurallados, con guardias privados provistos de armas, donde no se pueda pasear tranquilamente por la calle. Esto ocurre ya en muchas ciudades de América Latina y de otros lugares.

Los cambios que se plantean son de grandes dimensiones. ¿Qué puede hacer el ciudadano de a pie? ¿Cómo se puede trabajar desde lo “pequeño”?
-Aparte de preocuparse por el conjunto, que siempre es necesario para funcionar como ciudadanos y ciudadanas en este mundo globalizado, creo que se pueden hacer varias cosas. Una es una actitud sistemática de defensa y ampliación de las conquistas democráticas, tanto de las libertades civiles y políticas como del Estado del bienestar. Otra es estar organizados en asociaciones, grupos, partidos, sindicatos, etc., incluidas las redes que tratan de impulsar una economía alternativa desde abajo, como, en Cataluña, Red para un Consumo Solidario.

Yo animaría a los y las jóvenes a no quedarse de brazos cruzados, ni limitarse a actividades “políticas”, sino emprender iniciativas económicas como cooperativas agropecuarias ecológicas, pequeñas empresas de instalación y mantenimiento de energías renovables, etc. Hay que construir una economía alternativa que funcione, en la que la gente pueda ganarse la vida. Tal vez la crisis y el paro puedan favorecerlo. También hay que animar a la gente a que gaste sus ahorros en instalaciones solares térmicas y fotovoltaicas en los tejados de sus casas, o en cooperativas para promover huertos solares. En el norte de Europa hay mucha más iniciativa que aquí en estos campos. Y presionar a las administraciones y a los políticos para que se legisle de verdad a favor de una economía solidaria y ecológicamente sostenible. Si el sistema está fracasando para adaptarse a los nuevos retos, debemos lanzarnos a desarrollar iniciativas de todo tipo que vayan construyendo por abajo una alternativa de futuro. Puede parecer irreal. Y lo sería si se desligara de la necesaria acción política. He aquí varias líneas de trabajo posibles.

Joaquim Sempere es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y licenciado en Sociología por la Universidad de París

La necesidad de un profundo cambio humano no sólo es una demanda ética o
religiosa, ni sólo una demanda psicológica que impone la naturaleza patógena de nuestro actual carácter social, sino que también es una condición para que sobreviva la especie humana. Vivir correctamente ya no es sólo una demanda ética o religiosa.
Por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano. Sin embargo, esto sólo será posible hasta el grado en que ocurran grandes cambios sociales y económicos que le den al corazón humano la oportunidad de cambiar y el valor y la visión para lograrlo. E. Fromm

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