Oráis en vuestra pena y en vuestra necesidad; deberíais
también hacerlo en la plenitud de vuestra alegría
y en vuestros días de abundancia.
Porque ¿qué es la oración sino el expandirse de
vuestro ser en el éter viviente?
Y si es para vuestra paz que volcáis vuestra oscuridad
en el espacio, es también para vuestro deleite el
derramar el amanecer de vuestro corazón.
Y, si no podéis sino llorar cuando vuestra alma os
llama a la oración, ella os enjugará una vez y otra aún
llorando hasta que encontréis la risa.
Cuando oráis, os eleváis para hallar en lo alto a los
que en ese mismo momento están orando y a quienes no
encontraríais sino en la oración.
Por lo tanto, que vuestra visita a ese invisible templo
no sea más que éxtasis y dulce comunión.
Porque, si entrarais al templo solamente a pedir, no recibiréis.
Y si entrarais aun a pedir por el bien de los otros, no seréis oídos.
Es suficiente que entréis en el templo invisible.
No puedo enseñaros cómo orar con palabras.
Dios no oye vuestras palabras sino cuando Él Mismo
las pronuncia a través de vuestros labios.
Y yo no puedo enseñaros la oración de los mares y los bosques y las montañas.
Pero vosotros, nacidos de las montañas, los bosques y
los mares, podéis hallar su plegaria en vuestro corazón.
Y si solamente escucháis en la quietud de la noche, les oiréis diciendo, en silencio:
«Nuestro Señor, que eres nuestro ser alado, es Tu voluntad la que quiere en nosotros.
Es Tu deseo, en nosotros, el que desea.
Es Tu impulso el que, en nosotros, cambia nuestras
noches, que son Tuyas, en días, que son Tuyos también.
No podemos pedirte nada porque Tú conoces nuestras
necesidades antes de que nazcan en nuestro ser:
Tú eres nuestra necesidad y dándonos más de Ti, nos lo das todo.»
De el libro El Profeta
No hay comentarios:
Publicar un comentario